El reciente terremoto del primer año en Japón no fue una sorpresa ni para la población japonesa ni para la comunidad científica. Prácticamente todo el país es susceptible a terremotos de magnitud considerable. Esto se debe a que Japón, o al menos sus islas principales, se encuentran en la confluencia de cuatro placas tectónicas: la del Pacífico, la de América del Norte, la de Filipinas y la de Eurasia. Los movimientos de las placas en su interior, aunque sean de unos pocos centímetros por año, acumularon tensión durante décadas para finalmente liberarla en forma de una violenta y rápida bolsa.
Es imposible recordar el devastador terremoto ocurrido en esta región de la región de Tohoku en 2011, con una colosal magnitud de 9,1 y desatando un potente tsunami. En realidad, el terremoto en sí no causó muchos daños: fue el tsunami detrás el que causó la destrucción y los kilómetros fallidos.
Este reciente terremoto, el mayor de Japón en 2011, se produjo en la costa oeste del país, en la zona de Ishikawa. A pesar de su gran magnitud de 7,5 y de la producción actual en la costa, a sólo 10 kilómetros de profundidad, hasta el momento sólo ha dejado 100 víctimas mortales. Esto contrasta con los inicios del año pasado en Turquía y Siria y que, con similar magnitud, se saldaron con decenas de miles de muertos.
La clave de la resiliencia de Japón ante estos acontecimientos radicales reside en su preparación. El país ha implementado rigurosos estándares de construcción antisísmica, diseñando edificios flexibles que pueden amortiguar las ondas sísmicas adaptándose al movimiento del suelo. Aunque pueda parecer que se necesita una reversión importante, un país altamente sísmico como Chile también cuenta con construcciones sismorresistentes, aunque la naturaleza sea más simple. En el caso de Japón, también ayuda el hecho de que una gran cantidad de edificios en el país han tenido que ser reconstruidos durante los últimos 100 años, ya debido a la Segunda Guerra Mundial u otros grandes terremotos.
Además, la población japonesa está bien preparada y sabe cómo actuar en caso de terremoto. Incluye sistemas de alerta temporal: en los pocos segundos en que se produce el terremoto, las ciudades reciben alarmas a través del teléfono móvil para actuar en consecuencia antes de llegar a las ondas superficiales, que son las más destructivas, pero a cierta distancia del epicentro es posible dar un margen de tiempo para la activación.
Los terremotos no se pueden predecir como lo hemos hecho con la meteorología o las erupciones volcánicas. Curiosamente el 1 de enero tiene la particularidad de haber sido precedido por tres años de actividad sísmica en la zona. A pesar de estos datos, era imposible saber cuándo ocurriría y qué tan grande sería o incluso si se podría producir un terremoto de esa magnitud. Pero lo que sabemos acerca de la ciencia es dónde han ocurrido la mayoría de los grandes terremotos del mundo. Y por tanto tenemos la capacidad de estar preparados ante la catástrofe, porque recordamos que las mal llamadas catástrofes naturales son, en realidad, fenómenos inherentes a la naturaleza que, más allá del hecho de ser humanos con la preparación adecuada, provocan destrucción de proporciones catastróficas.
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